Y leíamos el mismo libro, ella apoyando su espalda en mi pecho, sentados bajo el árbol, con grandes colinas verdes y un hermoso río de agua transparente bien fría, de deshielo. Una hermosa postal, no se por que nunca nos sacamos una foto, me acuerdo de la cita la llamábamos “Raíces humanas” un poco extraño, tal vez su significado se debía a la locura que ambos teníamos.
Se que se complicaba leer un libro de a dos, pero nosotros ya llevamos tres libros leídos de esa manera. Si por alguna circunstancia ella no podía venir o yo no podía ir, el libro no se leía, por más que la tentación este en su máximo exponente y nos obligue a saber el final, ninguno de los dos tocábamos el libro.
Ella se llamaba Rosa, siempre me gustaron los nombres de mujer. Aunque sinceramente nunca usamos nuestros nombres. Sí, estábamos locos.
Nos inventamos dos nombres o formas de llamarnos, solo ella y yo podíamos llamarnos así, ya que nadie lo sabia, y es por ese motivo que por esta vez, esta historia será de dos personajes que no tienen nombres.
Siempre fuimos de amar la ecología y de estar agradecidos de los momentos, nos respetábamos y por ende nos queríamos. Jamás tuvimos sexo o un beso. ¿Por qué?, por que siempre charlábamos sobre lo mismo. De nuestra rara inventada vida, de nuestro raro querer. A pesar de que ya se había convertido en una rutina, una hermosa rutina, jamás lo vimos así.
Cada uno tenia su vida real, su pequeña vida, pero cuando estábamos en el árbol, nuestras vidas reales no valían nada. A ella no le importaba que tal fue mi día, y a mi, a mi tampoco. De que nos importaría nuestras vidas, si al fin y al cabo, solo importaba estar vivo y concurrir a la cita, a tal punto de ser una obligación y de sentir necesidad de encontrarnos a leer.
Hubo una vez en la que lleve una radio, pero jamás la prendimos, cuando ella me vio con eso se enfado. Me cuestiono el por que llevaba la radio y estuvo a punto de apartarse de la cita, pensó que ya nada tendría sentido, la comprendí, pero con el tiempo entendió que no era algo tan grave, pero me dijo que si quería llevar la radio, que la lleve, pero que no la prenda, y si algún día se le ocurría prenderla, ese iba a ser el día en que ella no estuviera. No se si tendría algo en contra de las radios nunca se lo pregunte, no sabia si era casada, si tenia hijos, si era feliz, si estaba mal o estaba bien.
Ella tampoco sabia nada de mi, éramos dos desconocidos conocidos, dos personas sin nombres, dos personas sin vida.
Yo sí era feliz, estaba bien, supongo que ella también, todo era muy lindo. Jamás discutimos mas que el pequeño inconveniente con la radio. Leíamos un capitulo por día, siempre elegíamos libros largos y de muchos capítulos, sin importar de que tratase, la lectura era fundamental, aproximadamente tardábamos entre una hora u hora y media, depende el apetito visual que teníamos.
Al final de cada libro, nos levantábamos y nos mirábamos a los ojos. Era como un ritual, luego nos poníamos de espalda y tirábamos el libro para atrás. Simulando una victoria, recogíamos el libro nuevamente y partíamos a la librería del pueblo a canjearlo por otro. Siempre juntos, todo lo que pasaba en la cita era juntos, nunca separados.
Con el tiempo entendí que nuestra forma de tener sexo era abrazándonos. Sí, pensaras que estábamos locos. Pero no. Teníamos nuestros códigos, códigos inimaginables, fieles y eternos.
Como todas las tardes, partí a la cita y ella no llego, y paso el tiempo de prorroga y ella jamás llego. A la siguiente tarde, paso lo mismo, ella jamás llego, y así pasaron los días, pasaron ciento dos días y ella no llego, nunca llego.
Y ahí comprendí que la cita ya no existiría mas, que las cosas buenas pueden ser las peores cosas. Que nada dura para siempre, ni siquiera en nuestro mundo y eso no podía ser, acá las reglas las poníamos nosotros, yo no podría solo, ella tenia que estar presente para aplicar o crear alguna regla, no podía romper los códigos que con tanto esfuerzo respetamos.
En mi ultima tarde, pensé en romper la regla del tiempo de prorroga y quedarme un rato más, reflexione un poco y tal vez ella estaba viniendo a la cita, pero un poco mas tarde. Y no, ella no vino más tarde, rompí una regla.
A la siguiente tarde, fui mas temprano, tal vez ella estaba viniendo mas temprano, tampoco apareció, rompí una regla más; el horario de la cita.
Me costaba creer que ella no vendría más, entonces pensé en algo que me de una señal de que ella iba en algún momento, y deje un pañuelo rosa en el árbol, si nadie iba el pañuelo tendría que estar donde lo ate.
Paso una semana y yo no asistí a la cita, en total ya habían pasado mas de ciento veinte días, sumándole a esto que nuestro libro estaba inconcluso.
Deje pasar dos semanas más y volví, no aguante mas, me gano la impaciencia, tal vez ella vendría hoy, el tiempo paso mas rápido que lo habitual, y comencé a caminar a la cita.
Cuando llegue el pañuelo rosa estaba en el mismo lugar, intacto, tal cual lo deje, ya había roto tantas reglas que no me preocupe en romper la más importante, leer el libro.
Junte valor, mucho valor, y sostuve el libro en mis manos unos segundos, después lo deje nuevamente en el piso, no pude. Intente nuevamente, lo tome en mis brazos, lo puse sobre mi falda y lo abrí en donde estaba marcado, tan solo faltaba un capitulo, unas veinte hojas.
La regla estaba rota, y para completarla, se me ocurrió encender la radio, para no estar tan solo. Apreté el botón y la radio empezó a sonar, volví a mirar el libro y me largué de lleno a leerlo, mientras que al mismo tiempo en la radio, se escuchaba una voz conocida, era una voz de mujer, seguí leyendo sin prestarle atención, pero esa voz yo la conocía.
Subí un poco el volumen y no se escuchaba nada, entonces mire al libro y comencé a leerlo nuevamente, cuando dije la primer palabra, la radio balbuceo una palabra, dije la segunda y la radio sonó un poco más fuerte.
Empecé a leer como leíamos todas las tardes y la radio comenzó a leer lo mismo que leía yo a la misma velocidad, era ella la que leía, pero como podría ser posible.
Ya se aproximaba el final del libro, hice una pausa, supuse que si se terminaría el libro, nuestra cita habría finalizado, y fue así, no me había equivocado al pensar eso, nuestra historia termino, como termina cualquier libro.
Siempre que necesito escuchar su voz, comienzo a leer otro libro. Tal vez algún día vuelva. O tal vez no, les mentiría si le digo que no extraño su espalda apoyada en mi pecho, si no extraño su mano sobre la mía. Pero lo que más extraño, es el silencio que generaba su presencia. O tal vez ella jamás existió.
sábado, 30 de agosto de 2008
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1 comentario:
y realmente yo, personalmente, no tengo mas ganas de leer ningun libro...
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