jueves, 8 de mayo de 2008

Historias de vida.

7.31 YA ES TARDE.

6.15 fitness / 6.30 ducha / 6.45 breakfast / 7.10 at work / 7.20 revisión de tareas / 7.30 empezamos...


Eso dice en la primera hoja de la libreta de mi compañero de trabajo. Dos semanas hace ya que no nos vemos. Dos semanas, pasaron desde que él decidió que su vida iba por otro lado. Reflexionar es inevitable en un viaje por las sierras, en un auto sin estereo, un sábado a la siesta...

Gerente y representante comercial, responsable de las ganancias de "Unix Mather" (una empresa multinacional dedicada a múltiples cosas) , ese era Eduardo. Secretario y cafetero de Eduardo: ese era yo. En sólo tres años mi compañero había hecho crecer la empresa unos 550 millones de dólares. Se había ganado el aprecio de los dueños de la sede occidental, que lo invitaban a seguir capacitándose a cualquier parte del mundo -cuando él quisiera-. Condecorado con una medalla por su rendimiento laboral, éste, hubiera sido su mejor año en la empresa si no fuera por lo que hizo la semana pasada.

Yohiro Ku: un importante inversor que dio la vuelta al mundo sólo para citarse media hora con Eduardo. No solo no invirtió ni un solo peso, sino que se mostró tan fastidiado en esa reunión que de los dos diez minutos que duró, cinco se la pasó insultándonos en japonés. Yo lo comprendo a Eduardo. En medio de la reunión, le informaron que cerca de "El Durazno" (en algún lugar de Las Sierras), en el mismo taller de carpintería que tenía, por naturaleza: falleció su padre. Golpe bajísimo para Eduardo. Que en los últimos tres años se la había pasado superando su propio record de ventas... Escondiendo lágrimas mantuvo por unos minutos un reflexivo silencio, que para sorpresa nuestra, rompió con una mueca de felicidad mirando por la ventana. Salió sin saludar a nadie y no lo vimos más.

El cielo de las 4 está completamente despejado, tres kilómetros atrás dejé la ruta, y empecé este camino de tierra, que según Eduardo, me llevaría a su nuevo hogar. Apenas reconozco su auto último modelo, tapado en tierra, estacionado a un costado del rústico taller de carpintería. Un perro viejo, alto, flaco, sale contento a mi encuentro. Adentro, detrás de un portón semiabierto: serruchos, martillos, maderas (muchas maderas), un mesón, un banco, un enorme ventanal con vista a las sierras, el inconfundible aroma del aserrín y un amigo, que hace dos semanas comprendió que se obtienen más ganancias en un lugar como este, que siendo gerente comercial de una multinacional.


Santi

1 comentario:

Anónimo dijo...

monita muchas gracias por participar, muy buen texto de entrada.!

Que vengan muchos más-


Mati.