sábado, 3 de mayo de 2008

La bestia

Mi cuerpo se estremece cuando ella pasa su dedo índice por todo mi pecho, se me erectan los pelos y siento ganas de comerla a besos, de pegarle, de yo que sé.
No puedo, de hecho ella siempre me empuja para atrás y me sonríe tímidamente. Quizás es otro juego de seducción al que todavía no llego acostumbrarme.
Ahora son dos dedos los que recorren una ruta prohibida, inexplorada. De mi pecho hasta mi pija, pero esta vez contengo todo impulso que quiera oscilarse hacia ella y por fin, comerla a besos.

No sé si es un imán o algo que me exige toda la atención. Nunca antes dependí de nadie. Y por momentos actuó como si todo lo que ella hace es normal, como que siempre viví eso.
Es mi turno y no puedo dejar de apretarle las tetas como si fuesen una esponja. Ella me dice que sea más suave, pero sinceramente lo estoy haciendo lo mas suave que puedo.
Mis ojos se fijan en sus tetas y no puedo elevar la mirada, ella toma mi cara y me dice;

—Mírame a mi
—Eso intento

Y todo parece no importar. Y mi sucia pieza, parece no estar. Y la televisión muere por llamar la atención, no se si son celos o un acto de indiferencia, pero la transmisión se corta y al lapso de cinco minutos se apaga.

Ahora escucho su respiración y eso aumenta mi excitación. De pronto el ruido de la ventana; un golpe seco nos hace mirar para ahí.

—No es nada
—Tengo que cerrarla

Me agarra de la mano, impidiendo que mi personalidad histérica no pueda ir a cerrar la ventana. Ahora el aire fresco también se fusiona con mi torpe y guaranga forma de acariciar.
No aguanto más. Necesito tirarla en la cama y cojerla de una manera extraordinaria. Pero tengo miedo de ser una bestia y provocar así temor en su pequeña figura.

Me besa y nos perdemos, ya no estoy besándola a ella. No se en donde estoy.
No puedo ver nada, solo siento una lengua que me atraviesa de lado a lado. Me gusta, me enreda, me pierde.
Me esfuerzo por que su lengua entre más, quiero que llegue hasta los talones. Agarro su cabeza y la apretó con la mía, hago fuerza y ella no se queja, parece gustarle.
No puedo parar, casi no respiro, su nariz choca con la mía y tapa mi única entrada de oxigeno.

Me empuja para atrás, con toda su fuerza y choco con la pared. El golpe me hace sentir horrendo, una bestia, una persona totalmente carente de amor. Intento explicarle sin hablar, mi falta de seducción y ella no hace más que desabrocharse la camisa blanca e invitarme a la cama.
Se acerca despacio, como una víbora y solo me dice al oído una instrucción.

—Si ves que me duele, no pares. El dolor en mí, se transforma en placer.

1 comentario:

Matías dijo...

Texto fuerte, como a mi me gusta :P

Muy bueno amigo!!

Bienvenido a este espacio de libertades textuales.

Matias.